lunes, 17 de diciembre de 2007

EL MONÓLOGO

(Habitación juvenil, con pósters de grupos de rock en las paredes. Una cama a la derecha del escenario, al lado una cómoda y un armario enfrente. Un muchacho de unos 18 años, en pijama, se pasea de un lado a otro de la habitación gesticulando nervioso.)
Cómo podría empezar… Buenos días, señora… O señor… O buenas tardes, también podrían ser buenas tardes, claro, dependiendo de la hora que sea. A partir de las doce, buenas tardes. A partir de las doce, buenas tardes. Sí, eso, que no se me olvide. Es muy importante para empezar con buen pie… Hola, señora, ¿qué tal vamos?... Demasiado familiar. Podría molestarse. Buenas… Bueno, qué más da. La cuestión es que entre y se dirija a mí. Tengo algo que le puede interesar. Es un producto nuevo que todavía no se conoce en el mercado, pero pronto va a tener mucho éxito… ¿Éxito? A quién quiero engañar, si no se ha vendido ni uno en tres meses… No creo que cuele; además, parezco un espía intentando vender una nueva bomba a los rusos o algo así… Quizá si me dirigiese a ella en un tono más afectivo… Querida señora, permítame que le robe un instante de su precioso tiempo… Bah, demasiado empalagoso. Dan ganas hasta de potar. No veas si hay que arrastrarse para vender un puto cacharro de éstos… Podría entrarle en plan anuncio de la tele, ¿Está harta de perder el tiempo buscando las parejas extraviadas de sus calcetines? No vuelva a salir de casa con un calcetín de cada color. Tengo la solución a su problema: el emparejador… Deprimente. Parece un anuncio de detergentes. Busque, compare… Estaba bien. Se te quedaba en el tarro sólo de ver la cara de tonto que ponía el tío. ¿Y con cara de tonto? (Poniendo cara de bobo.) Busque… sus calcetines… compare… y si no encuentra… alguno del mismo color… compre el emparejador. (Riéndose.) Ya ves…, cómo se me va la olla... Y todo por una mierda de aparatejo que no sirve para nada. Carlos, usted más que nadie debe creer en el producto, si quiere llegar a ser un buen vendedor… Y quién quiere ser un buen vendedor de emparejadores… Además, qué narices, a mí me gusta llevar los calcetines desparejados, qué pasa… Te dan un aire de despistado encantador que mola a las pibas. Y no es nada fácil. Todo debe seguir una lógica. Rojo con verde, nunca con gris, negro con azul, amarillo no… Es todo un arte… Pero bueno… (Mira el reloj y se sobresalta.) Dios… es tardísimo. Aún voy a llegar tarde. Menudo comienzo, chaval. (Se quita el pijama apresuradamente y busca en el armario la ropa que ha de ponerse.) El sueldo base no es demasiado elevado porque se compensa con el importe de las comisiones que obtenéis de cada venta… Menudo rácano. Y a mí, va y me toca vivir de la comisión que me deje el emparejador. Pues voy apañao… Señora, cómpreme un cacharro de éstos, por caridad, que tengo muchos gastos y un perro que mantener, vivo con mis padres y no tengo sueldo fijo… (Riendo mientras se viste a toda prisa.) No estaría mal esta fórmula, al fin y al cabo es la verdad. Menuda cara pondría el Sr. Martínez. (Se dirige a la cómoda, abre un cajón y duda un momento entre coger unos calcetines u otros. Finalmente se decide por un par de color negro y otro par de color azul. Los deslía, coge uno de cada par y se los coloca con gesto de satisfacción.) Señor Martínez, he pensado que podría meterse el emparejador por donde le quepa, y de paso la comisión… (Se oye golpear con los nudillos en la puerta. Se sobresalta.)
–¿Sí?
–Vamos, Carlos, que llegas tarde.
–Voy, mamá. (Sale por la puerta, recomponiéndose la ropa. El escenario queda vacío.)
(Fuera ya de escena.) Ah, por cierto, Carlitos… Aprovecha y tráeme un emparejador de ésos que tenéis en la tienda, que seguro que a ti te sale más barato.

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