lunes, 17 de diciembre de 2007

MONÓLOGOS DE LA GUERRA

Cuatro puntos de vista con la guerra como escenario.

(Bobby, 25 años. Voluntario de una ONG que ofrece ayuda humanitaria en Ispahán.)

BOBBY: (De pie, tras un mostrador improvisado con tablones sobre caballetes. Con la mirada ausente, perdido en sus pensamientos, va entregando paquetes a la gente, que se apiña y se empuja. A su lado, otros voluntarios, enfrascados en la tarea.)

No sé tu nombre. Sólo sé que cada día, a la misma hora, nuestros ojos se buscan y nuestras manos se rozan apenas cuando te entrego el paquete de comida. Aunque hace más de dos semanas que te veo a diario, jamás he oído tu voz. Esperas paciente tu turno entre la gente, cientos de personas que hace un mes no se conocían y a los que hoy ha unido la misma pena, y cuando por fin te toca y te acercas a mí, recoges el paquete, bajas la mirada, como avergonzada de aceptar ayuda, y te marchas por donde has venido con paso rápido y sin mirar atrás. Entonces soy yo el que baja la cabeza, abrumado, y por un instante siento unos deseos enormes de no pertenecer a ningún lugar, a ningún país… He jugado muchas veces a imaginar tu vida: si estarás casada, si tendrás hijos, tu edad… Cada día me fijo más en ti, a veces creo que con cierto descaro, pero aun así no descubro nada que me ayude a conocerte un poco más, a desvelar ese halo de misterio que te envuelve. Llevas muchos anillos, y ninguno parece una alianza, pero desconozco vuestras tradiciones; nunca vienes acompañada de niños, pero eso no significa nada, las calles no son seguras, y en cuanto a la edad, bueno, los días en que el cielo vuelve a ser azul y las sirenas no desgarran el aire con sus cantos de muerte, pareces una cría, con esa sonrisa dibujada en la cara que llega a conmoverme, pero, otros, la mayoría, tu semblante se vuelve gris y grave, como los aviones que sobrevuelan nuestras cabezas o los tanques, esos que, con apenas insinuarse, consiguen arrancar idénticas lágrimas a ancianos, mujeres y niños. Tu pelo tiene ahora un color ceniciento, pero la semana pasada era un campo de amapolas bañado por el sol, y tus ojos son verdes, verde esperanza, aunque se oscurezcan en los días fríos o cuando los alcanza la pena. Con el tiempo he aprendido a leer en ellos, a escucharlos, a conformarme con apenas esos segundos en que son sólo míos, única y exclusivamente míos… Quizá tenga razón Michael y me esté enamorando de ti. Él no puede entenderlo. Para él, esta guerra es un juego, puntos que conseguir en una partida demasiado real. A veces me pregunto cómo puede ser tan hostil… Tenemos más o menos la misma edad y, sin embargo, somos totalmente distintos. Le he escuchado burlarse despiadadamente de la gente de aquí, sobre todo de vosotras, sin haberse dignado realmente a miraros a los ojos, a mirarse en tus ojos… Quizá sí, quizá sí te quiero, o quizá sea la soledad lo que hace que me sienta así, o el aroma que rezuma esta tierra mágica que respiro día a día, y que me deja en la boca un sabor agridulce de pólvora y esperanza. Pero a mí me basta, me basta con eso y con verte, aunque no escuche tu voz, aunque no llegue a escucharla nunca.


(Jashira, 22 años. Viuda de guerra. Tiene un hijo, Kamal, de 5 años. Las bombas han inutilizado su casa y ahora viven en un refugio improvisado, junto con otras 17 personas.)

JASHIRA: (En tinieblas. Acurrucada, acuna a su hijo. Se oyen lamentos de otras personas.)

Cuando te observo dormido en mi regazo, confiado, me parece que nada ha cambiado, que estamos de nuevo en tu habitación y te arropo con cuidado, igual que hago ahora con esta manta sucia y raída. Duerme, mi niño, duerme... Ojalá yo también pudiera dormir y despertar de esta horrible pesadilla. Despertar y ver de nuevo a tu padre en casa, sonriéndome, con aquella hermosa sonrisa que una bala nos ha arrebatado para siempre. Él ya no va a estar aquí para cuidar de nosotros, Kamal, pero te juro que yo no voy a separarme de ti, no dejaré que nada ni nadie te arrebate la inocencia. Quiero que seas un niño normal, con una vida normal, y que esta guerra no deje en tu rostro las huellas de esas heridas que no sangran pero que no llegan nunca a cerrarse del todo. Yo velaré para que no te falte el pan ni la sal, y tú, con tu cariño, sembrarás semillas de esperanza que darán fuerza a este pobre y cansado cuerpo… (El niño se queja, medio dormido. Ella le acaricia la frente.) Ssshh, duerme, duerme… Ya sé que es difícil con tanto ruido, con tantos lamentos, con tanta tristeza junta… Pero debes dormir, mi pequeño, y soñar, sobre todo soñar, porque los sueños son lo único que nadie te podrá arrebatar jamás.


(Kamal, 5 años. Espera en el refugio a su madre, que ha salido a buscar algo de comida. Tarda en volver.)

Mamá, vuelve ya, hace rato que te fuiste. Vuelve, mamá… Ya casi no tengo hambre, de verdad… Estos señores me dan miedo. Lloran. También les asusta la oscuridad. Hay mucho ruido ahí fuera. ¿Por qué no vuelves? Prometo portarme bien, no lloraré más, en serio, mamá, ahora ya soy un hombre, me lo dijo papá, y que cuidara de ti. De verdad, mamá… Vuelve, ya, ya, ya… Cerraré los ojos y contaré hasta diez, como antes, y saldré a buscarte, seguro que te has escondido muy bien, pero te encontraré, como siempre, mamá, ya lo sabes, que siempre te encuentro, y tú te ríes y me dices que he hecho trampa, que he mirado de reojo, pero tú sabes que no, porque yo ya soy un hombre, mamá, y ahora voy a cuidar de ti. Papá me dijo cuida de ella hasta que vuelva, ¿eh?, ¿me lo prometes?, y yo le dije que sí, que ya era mayor y que cuidaría de ti, así que vuelve ya, porque papá no va a volver, tú me lo dijiste, ¿recuerdas?, aquella noche que llorabas tanto y que a mí me entraron ganas de llorar también, mamá, sólo de verte tan triste, y yo tengo que cumplir mi promesa, ¿sabes? Y tú también. Me dijiste que no te separarías nunca de mí y ahora estoy aquí solo, bueno, con mucha gente, pero sin ti, que es como estar solo… Cada vez que se oye un ruido cerca la gente tiene miedo y se queja, pero yo no, yo me pongo contento y se me remueve todo por dentro pensando que eres tú, que vuelves a mi lado, y ya no me acuerdo del hambre ni la sed, ni del miedo... Sólo pienso en contar hasta diez, en abrir los ojos y verte llegar hasta mí, aunque me riñas por haber mirado.


(Santiago. Soldado español. 33 años. Sus superiores le acaban de comunicar que su compañía regresa a casa, después de tres meses trabajando en labores humanitarias. Escribe a su mujer, embarazada de siete meses, para darle la buena noticia.)

(Comedor de un piso modesto. De pie, en el centro del escenario, su mujer sostiene la carta, que acaba de recibir.)

MUJER: (Leyendo con una sonrisa dibujada en la boca.) ¿Sabes? Hoy es un día muy especial. Hoy nos han dicho que volvemos a casa, y eso significa que pronto estaré de nuevo contigo y ya no habrá guerra suficiente en el mundo que me separe de ti, amor, porque he decidido dejar el ejército. [Gracias, Dios mío, gracias…] Uno no puede pasarse la vida de acá para allá haciendo sufrir a la familia, y mucho menos ahora que voy a tener la mía propia. (Se acaricia con ternura la barriga sin dejar de sonreír.) Hay que dejar paso a los jóvenes, yo creo que ya he cumplido suficiente con la patria. Le he regalado diez años de mi vida, y de la tuya, y de la de mi familia… (asiente con la cabeza) y no pienso hacer lo mismo con nuestro futuro hijo. Es un precio demasiado elevado. Sé que has esperado mucho tiempo para escuchar estas palabras [sí, mucho tiempo, demasiado…], y quizá una carta no es el medio más indicado para dar este tipo de noticias, pero no he podido esperar ni un segundo desde que he tomado la decisión. Llevaba días dándole vueltas y, cuando el capitán nos ha comunicado que volvíamos a casa, me he dicho que esta vez sería para siempre. [Qué ganas tengo de que llegue ese momento, de abrazarte muy fuerte y cubrir de besos tu frente cansada…] Estaba tan impaciente por que lo supieras cuanto antes, que me las he ingeniado para hacerte llegar esta carta lo más pronto posible. He hecho amistad con un piloto y, como él vuelve mañana mismo, la llevará a España. En unos días, nosotros tomaremos también un avión que nos traerá de vuelta. Antes de que te des cuenta, ya me tendrás allí. [Ojalá sea cierto, te echo tanto de menos…] Tengo muchas ganas de volver, pero también siento algo de pena. Aquí no hemos estado mal, la verdad, nos han tratado con mucho cariño, son gente entrañable, pero sientes mucha nostalgia y, además, por muy preparado que estés, nunca te acabas de acostumbrar a ver tanto dolor, tanta injusticia…La gente del pueblo nos acompaña en todo momento, sobre todo los niños [serás un buen padre, estoy segura]. Observan cómo construimos escuelas, hospitales, puentes, y no se cansan de ofrecernos todo lo que tienen, lo poco que les ha quedado, en señal de agradecimiento. Nos miran con admiración, como a héroes venidos de tierras lejanas para ofrecerles una ayuda que no creen merecer. Esto me emociona profundamente. [Es que lo sois, amor mío, no te quepa la menor duda...] Veo a los niños correteando a nuestro alrededor, imitando todos nuestros gestos. Nosotros clavamos puntas en los maderos y ellos, en el aire, con invisibles martillos. Nosotros transportamos una viga entre varios y ellos se reúnen, espontáneamente, y hacen lo mismo, poniendo cara de que les pesa mucho, y yo los miro y me río, pero de repente esta imagen simpática se transfigura y me devuelve a la realidad, y le pido a Dios que estos niños no tengan que llevar nunca sobre sus hombros el peso no de una viga imaginaria, como ahora, sino el peso inerte de un ser querido, de una víctima más… Pero, bueno, ahora no quiero que nada de esto me entristezca, porque hoy es un día especial y… (Suena el teléfono. La mujer deja de leer y se aproxima a descolgarlo. Se pone al aparato y escucha. De repente, la sonrisa se le borra del rostro. Da un grito de espanto y la carta se le cae de las manos.)

*En memoria de los soldados españoles que, de vuelta a casa, perdieron la vida en un accidente aéreo.

2 comentarios:

Imma-Cal Roca dijo...

Ester, son histórias verdaderas peró con tu pluma las haces ser más reales todavía. Tengo un nudo en el estomago.
Gracias por regalarme tu dirección y así permitirme leerte.

Anónimo dijo...

Gracias a ti, Imma, por regalarme algo mucho más valioso: tu tiempo...
Un abrazo escarlata