Qué fortuna la mía, sobrevivir a cuatro días de lluvia y rebasar con creces las barreras espinosas del recuerdo sin caer de bruces en tu imagen, agazapada como siempre tras la tormenta. Y, sin embargo, me habita un mar de inevitable tristeza. Sí, tú y yo sabemos que la tristeza sabe a mar. Tú y yo sabemos que, después de todo, no sabemos querernos. Es una lástima.
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