Déjame decirte lo que ayer no supe.
Deja que llene,
para siempre,
mi carne de calma.
Déjame contarte
por qué no pude darles
más que espadas a tus labios
y abrojos a tus manos.
Déjame que llore hoy la dicha perdida,
déjame pasar cuentas con este torpe ser
que habita en mí a escondidas.
Si no te di lo que esperabas,
si no busqué dentro de mí,
fue por temor a que,
detrás de espadas y abrojos,
creciera fuerte
una flor con tu nombre.
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