Podría explicarte cómo paso el día,
cómo ocupo las horas
cumpliendo con rutinarios quehaceres diarios:
levantarme, arreglar el cuarto, desayunar, limpiar, comprar...
Podría explicarte toda esta vorágine de ocupaciones comunes
que nos devoran el día.
Pero no te hablaré de éstas,
sino de esas otras,
sólo mías,
que rescato entre faena y faena.
De la lectura sincopada y atenta
en esos ratos apenas arañados.
De esas líneas escritas en la soledad de un rincón
en el que descansa,
momentáneamente,
la escoba.
De los recuerdos que me vuelven como olas
mientras estiro las sábanas,
y que nadie,
nadie,
puede intuir sino a través del reflejo soñador de mi rostro.
De esos recuerdos querría hablarte:
de ese pelo negro;
de esa boca generosa de bondades,
de risas;
de esos ojos incendiarios;
de tu sonrisa que busco entre la gente;
de tu sombra que ansío entre la mía...
De todas estas cosas te hablaría.
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