Ven, acércate…, más, un poco más, hasta que tus ojos estén tan cerca de los míos que se reflejen en ellos, justo antes de que mi rostro se convierta en un borrón y tengas que cerrarlos para evitar el mareo. Ven, acércate, asómate a ellos, si no te asustan las alturas o, mejor, las caídas en picado. Atrévete a mirar y a preguntar. Ellos son sabios. Tienen todas las respuestas. Bueno, todas no. Las preguntas trivial para otro momento. Pero ésas que realmente te interesan, ésas sí las conocen. Puedes probar y verás. Pero, antes, un consejo: no busques una respuesta que no quieras escuchar.
Anda, acércate lo suficiente para que nuestras respiraciones se confundan, calientes, contenidas, para que nuestros labios intuyan sus respectivas formas, sus relieves, y da el paso, no te prives, adelanta un milímetro más el rostro y serán tuyos. Mis labios se dejarán llevar a donde quieras llevarlos, mecidos, sostenidos, pero no te fíes, en cuanto despierten tomarán el control, y entonces ya no podrás escapar a ellos. Entonces marcarán las reglas de este juego. Es mejor que huyas ahora que estás a tiempo.
O quédate, atrévete, si eres amante de las emociones fuertes, si crees que hay besos que pueden detener el tiempo, dar la vida, combatir la pena, encadenarte, liberarte, transportarte muy lejos, traerte de vuelta a cada embate, vaciarte para después llenarte, sólo eso y todo eso, en fin, tú decides.
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