domingo, 16 de diciembre de 2007

FLORES PARA ANA

Texto perteneciente a la obra colectiva Dones sota traició (Mujeres bajo traición), representada en el teatro Ponent de Granollers, en mayo 2004

Distribución del escenario: Zona 4 (fondo cementerio), Zona 3 (hospital), Zona 1 (tumba), Zona 2 (escritorio).

(En la Zona 1, una tumba a ras del suelo, tipo cementerio americano. Se ilumina esta parte con luz ligeramente anaranjada. De entre el patio de butacas sube a escena Helena, una joven de unos 25 años, con un ramo de margaritas en las manos. Se acerca a la tumba, besa las flores y las deposita sobre ella. Al hacerlo repara en un sobre, apoyado en la lápida. Lo coge con curiosidad, lo observa por delante y por detrás, está en blanco. Mira a un lado y otro y finalmente lo abre, extrae una carta y la lee para sí, de rodillas.)

HELENA: (Extrañada al reconocer la letra.) ¿Mamá...? (Mira alrededor, buscándola.)

(Se oscurece ligeramente la Zona 1 y se ilumina la Zona 2, con la misma tonalidad anaranjada anterior. Allí se distingue a una mujer de unos 58 años, sentada ante un escritorio, escribiendo una carta y leyéndola a la vez en voz alta. Sobre el escritorio hay un retrato de Helena. Ligeramente apartado, un perchero antiguo con una chaqueta colgada y un bolso.)

MUJER: Mi querida Ana: Espero que puedas perdonarme estés donde estés. Ojalá fuera yo y no tú la que estuviese ahí enterrada. Así descansaría por fin.Si pudiera, me cambiaría ahora mismo por ti. No lo dudaría ni un segundo; sólo por descansar, por dejar de oír para siempre esa voz de mi conciencia que no calla, que anida en mis oídos, que enmaraña mis sueños…Todos estos años han sido un largo suplicio, y lo siguen siendo, pero el castigo es justo. Lo merezco. Todo el mundo tiene miedo a morir y yo, ya ves, tengo miedo a vivir. Si supiera que puedes perdonarme, que puedes entender por qué lo hice, todo sería más fácil. Incluso valdría la pena vivir.

(La Mujer deja de escribir y abre un cajón del escritorio, del que extrae un abrecartas. Juguetea un instante con él, en silencio. Se levanta y guarda el abrecartas en el bolso. Se pasea arriba y abajo, masajeándose los puños. Sigue hablando, ahora de cara al público.)

MUJER: Siento que las cosas fueran así, hermana. Ojalá no me hubiera visto nunca en aquella situación. Ojalá supiera cómo darle marcha atrás al tiempo, cómo volver a estar en el hospital, en aquella habitación llena de luz y de flores, ¿te acuerdas?, todo el mundo te traía bombones y tú estabas encantada. Tenías mil sonrisas para todos y no dejabas de bromear.

(La Mujer se dirige lentamente a la Zona 1, coge a Helena de la mano y la conduce a la Zona 3. Helena se coloca una bata de hospital y se mete en la cama. La zona se ilumina con luz clara, blanca. Habitación de hospital llena de flores y regalos. En la cama, sonriente, está Ana [Helena].)

MUJER: (Apoyándose en los barrotes de los pies de la cama.) Ojalá pudiera oírte decir de nuevo…
ANA: Tranquila, no te preocupes. Estoy bien. Ha sido sólo un susto. Vete a casa a descansar. Tenemos un pacto, no lo olvides. Yo la llevaré en mi vientre nueve meses y, cuando nazca, me convertiré en su tía Ana y todo continuará igual. Ella no tiene por qué saberlo nunca. ¿Me oyes? Tú serás su verdadera madre. (Con cierta amargura.) Es lo que querías, ¿no?…
MUJER: (Volviéndose despacio hacia la Zona 2.) ¿Cómo iba a olvidar nuestro pacto? Lo recordaba entonces y lo recuerdo ahora, 25 años después, cuando estoy a punto de romperlo… ANA: (Con sonrisa conciliadora.) Y hazme un favor… (la Mujer se detiene y vuelve la mirada hacia Ana) …tráeme flores cuando vuelvas. Éstas ya no huelen.

(Se oscurece la Zona 3 y se ilumina la Zona 2.)

MUJER: Pero cuando volví, hermana, ya no eras la misma. Tu sonrisa había desaparecido bajo una maraña de tubos y tus ojos se obstinaban en permanecer cerrados. Algo se había complicado, habías entrado en coma.

(Zona 3 se ilumina en color anaranjado, Zona 2 se oscurece. La Mujer corre hacia la cama, donde está postrada Ana, llena de tubos.)

MUJER: (Fuera de sí.) ¡Ana! ¿Qué ha pasado? ¡No puedes hacerme esto, Ana! ¿Acaso has olvidado tu parte del trato? ¡No, no puede ser! (Sacudiéndola.) ¡Sé que estás ahí, Ana, despierta! ¡Ana, Ana…! (Cae rendida a los pies de la cama, llorando.)
MUJER: (Levantándose y paseándose por la estancia con la vista clavada en el suelo. Serena.) Me dijeron que debía tomar una decisión rápida, que el tiempo corría en contra. (Girándose hacia Ana, acusadora.) Pero, ¿cómo decidir en un segundo el futuro de tres personas? (Más calmada.) No puedes llegar a imaginarte lo que pasó por mi mente en un momento: imágenes de nuestra infancia, reuniones familiares, algunas discusiones entre nosotras… Toda nuestra vida pasó por delante de mis ojos sin apenas darme tiempo a pestañear. Pero no quiero engañarte, también vi imágenes de lo que iba a ser mi porvenir, de una nueva vida llena de risas infantiles y juegos, de paseos y regañinas afectuosas, de todo aquello de lo que hasta entonces había carecido y que estaba tan cerca de conseguir. Y sí, hermana, decidí que no podía renunciar a eso después de lo que nos había costado llegar hasta ahí. Decidí que la vida siempre ha de estar de parte de la vida, por eso dejé que fuera ella, mi hija, y no tú la que sobreviviese. Por eso dejé que continuase adelante nuestro plan, aunque fuese a costa de tu voluntad de vivir, porque yo sé que tú hubieras querido vivir, hermana, estabas llena de vida, aunque los médicos dijeran que, si salías del coma, era muy probable que quedaras mal, y yo te la arrebaté, te arrebaté la posibilidad de luchar por aquella niña que llevabas dentro. (Acariciando el rostro de Ana.) Dijiste que yo sería su madre, pero también recuerdo tu voz, quebrada por una pena que no supiste disimular. (La Mujer desconecta lentamente los tubos de Ana sin dejar de hablar.) Tú no cumpliste tu parte, hermana, quisiste llevártela contigo en el último momento. ¿Qué hubieras hecho tú en mi lugar, eh? ¡ERA MI HIJA! Tú misma lo dijiste…

(La Zona 3 se va oscureciendo poco a poco, con algún que otro golpe de luz, sincopado, como imitando la vida que se escapa de Ana. Finalmente la Mujer llama al timbre de socorro y la zona queda a oscuras.)

MUJER: (Acompaña a Helena de vuelta a la Zona 1, quien se coloca como al principio, en actitud lectora. La Mujer va hacia la Zona 2 como si llevara en brazos a un bebé al que acaricia con ternura.) Ahora debía cuidar de ella, de esa pequeña a la que acababa de dar la vida, no como el fruto de mis inútiles entrañas, sino al decidir que se salvase a tiempo de las tuyas… (Con amargura.) Pero ha sido tan duro verla crecer con tu misma mirada en sus ojos, con tu sonrisa dibujada en sus labios…

(Se ilumina la Zona 1. Helena deja de leer y baja la cabeza, emocionada.)

HELENA: ¡No, no puede ser cierto…! Mamá… (Se lleva las manos al rostro un momento y sigue leyendo. En el cementerio se escucha un sonido de rozar arbustos. Helena se incorpora, sobresaltada, y va hacia el fondo del escenario, Zona 4.)
HELENA: ¿Quién es? ¿Hay alguien? (Tras comprobar que no hay nadie, vuelve a la Zona 1, se arrodilla y continúa leyendo.)

(Zona 2 se ilumina. Zona 1 oscurece.)

MUJER: (Girándose de vez en cuando hacia la Zona 3, que sigue a oscuras.) Es tan igual a ti que a veces se me ocurre pensar que en realidad sí te salvé y que sigues teniendo 25 años llenos de vida y de risas, y me imagino diciéndole al médico "¡No, por Dios!, la vida de mi hermana es lo primero, quede como quede". Pero no, no lo hice, porque para mí la vida de mi hija lo era todo…Al principio, la ilusión con la que me volqué en criarla y hacerla feliz me cegó por completo. Para mí no había nada más fuera de ella. Pero ahora que ya es toda una mujer, que ya no me necesita, me siento inútil y no puedo evitar reconocer que, realmente, lo que hice no fue por ella ni por ti, como cree la gente, sino por mí, por mi propio egoísmo.

(Zona 2 oscurece. Zona 1 se ilumina.)

HELENA: (Sollozando.) ¡Mamá, no digas eso!
MUJER: (Zona 2 se ilumina. Zona 1 oscurece.) Hoy he tomado la segunda decisión más importante de mi vida: devolvértela, dejar que vuelva a ti, a su verdadera madre, dejar que sepa toda la historia. Aunque con ello traicione nuestro pacto de silencio. Ya no tiene sentido seguir manteniendo esta farsa. Quizá así entenderá por qué muchas veces era incapaz de ponerme frente a sus ojos, tus ojos, y verme reflejada en ellos. Por qué me recorría un escalofrío por el cuerpo cuando me abrazaba y por qué mis brazos quedaban inertes, incapaces de corresponderla. No quiero que piense que no la he querido, al contrario. Pero el peso de la conciencia me ha enterrado en vida y ya no puedo más. Sé que sólo así podré librarme de esta culpa y dejar de oír para siempre esa voz en mi cabeza. (La Mujer va hacia el perchero, se pone el abrigo y el bolso y se dirige a la Zona 4. Se coloca al fondo, de frente.)
MUJER: Hoy he comprendido que la única forma de acabar con todo esto es enfrentarme a ello. Por eso esta carta va dirigida a ti, Ana, hermana mía, pero sobre todo a ti, Helena... Por un segundo he estado a punto de escribir “hija mía”, tal como me dicta el corazón. Sé que acudirás fielmente a tu cita, como cada año, y dejarás en su tumba margaritas, vuestra flor preferida. Hoy quiero estar ahí por primera y última vez y ser testigo del reencuentro. Perdonadme ambas por el mal que os he hecho y por lo que estoy a punto de hacer. (Helena suelta la carta sobre su falda y llora. La Mujer queda en silencio, mirando a Helena. Ésta se incorpora para marcharse, todavía llorosa. Se dirige hacia las escaleras, por donde ha entrado al principio, con intención de bajarlas.)
MUJER: (Desde la Zona 4.) ¡Helena!
HELENA: (Se detiene y, dando la vuelta, corre hacia ella, contenta.) ¡Mamá! (Abrazándola. Permanece de espaldas al público.) ¡Qué susto me has dado! He visto tu carta y, por un momento he creído que… (La Mujer permanece impávida, con la mirada perdida. Extiende lentamente un brazo como para abrazar a su hija y luego el otro, en el que lleva el abrecartas. Lo clava en la espalda de Helena, que se desploma lentamente entre los brazos de la Mujer.)
MUJER: Que Dios me perdone. (Negro.)

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