lunes, 11 de enero de 2010

Cartas de amor




Libro más que recomendable que recoge las cartas que Pedro Salinas, poeta del amor perteneciente a la Generación del 27 (y uno de mis preferidos), escribió a su amada Katherine Whitmore.


Yo, que tengo debilidad por el género espistolar, tan olvidado hoy tras la sombra de e-mails y sms, no quiero dejar pasar la oportunidad de haceros llegar algunos fragmentos de esas cartas.


¡Que las disfrutéis!


"Por primera vez escribo en un sobre: Prospect Street. ¡Tu casa! Mi carta lo sabrá todo. Sabrá todo lo que yo no sé, lo que quisiera saber. Cómo es Northampton, cómo es tu calle. Subirá la escalera de tu casa, entrará por la puerta por donde tú entras, llegará a tu mismo cuarto. Y la carta que va, que anda, que llega, no tiene ojos, y ciega no podrá ver lo que yo con todos mis ojos abiertos, ansiando ver, no puedo ver tampoco. ¿La envidio o no? ¿Quién estará más cerca de ti, ella o yo? ¿Es preferible ser la materia que está a tu lado, aunque sea sorda, ciega, o el alma que está lejos, viva, despierta, queriéndote? Los dos incompletos, la carta y yo. Pero qué envidia poder estar en tu mano, bajo tus ojos, vivir a la luz de tu mirada, como estas letras. Toda esa fortuna la tendrá este trozo de papel, pasivo, que la recibirá sin saberlo. ¡Y yo, mientras! Katherine, ahora me acuerdo de una frase que oí en el tren a un joven andaluz, que se quejaba del largo camino diciendo: "¡Qué lejos está tó!". Sí, es verdad, qué lejos está todo. Y entre esta enorme distancia, este puente de papel, que yo te tiendo cada día por encima de todo, para que por encima de él pase un alma con todos sus deseos, sus ilusiones, su querer. Otra vez me pregunto ¿será posible, será posible que ella me quiera? Repaso tus perfecciones, una por una, me recreo en pensar en tu belleza, en tu espíritu, en tu gracia corporal y del alma, en tu mirada, en tu tono de voz, en tu hablar. A veces tengo miedo de que las cosas que te digo te parezcan tonterías, ¿sabes? ¡Soy tan apasionado, tan impetuoso para ti! Mira, Amor, tal alegría tuve ayer al leer tus palabras, que sentí necesidad de decírtelo pronto, fuera como fuera. Te puse un radio, que supongo te habrá alcanzado en el Columbus, sólo con estas palabras: Always, wonder. ¡Y qué infantil gozo sentí al pensar en tu sorpresa al recibirlo! ¿Sabes?, fue toda una historia. ¡España! Aunque te parezca mentira, en Telégrafos, en Alicante, nunca se había puesto un radio para un barco yendo a América. Consultaron no sé cuántos libros y tarifas, me entretuvieron diez minutos y me miraron con cara de asombro. Yo, que quería pasar inadvertido, me hice famoso en la oficina. Pero, ¿sabes?, es que no podía callar; necesitaba hablarte, lanzarte dos palabras sobre el mar."


"¡Fin del día! ¡Por fin, fin del día! Se acabaron ya los asuntos enojosos, los quehaceres de los demás, el mundo tangente. Luz apagada en mi cuarto, sólo queda la lámpara que me alumbra para escribirte. No más luz que la necesaria para ti y para mí: lo demás es sombra. Tengo la sensación, íntimamente deliciosa, de encender nuestro mundo, de apagar el mundo restante. Hay fronteras. Fronteras de luz, para nuestro reino de luz. Lejos del vasto conjunto del mundo un espacio, unos centímetros cuadrados, una isla. Nuestra isla, esta luz, esta noche. Alrededor, sordo, enorme, cercándonos, lo demás, los demás."


"Soy tan apasionado, tan arrebatado, que me dejo llevar. Pienso que te escribo demasiado. Te resultaré abrumador, excesivo. No tendrás tiempo de leer mis cartas. Subrayo leerlas porque una carta tiene que pasar, para ser leída, por muchos estados. Primero recorrerla con la vista, lectura material, pero ya captando al pasar lo más esencial. Luego leerla con el recuerdo. Ya nos hemos dejado la carta en casa, estamos en nuestras obligaciones, vamos por la calle, o muchas veces se tiene un libro en la mano, parece que se lee el libro y no es así: la vista, distraída, se aparta del libro impreso, y lo que leemos en realidad es aquella carta que está en casa o en el bolsillo. ¿No me lees tú mentalmente, mucho? Yo a ti enormemente. Lectura del pensamiento: deliciosa, encantadora: recordamos frases enteras, ideas, palabras cariñosas, y con todo ello nos creamos nosotros la carta otra vez. ¡Cuántas veces ando yo por la calle, o estoy sentado en mi despacho y te leo así! Luego viene la tercera fase: Es mucho más fecunda que la primera. Ya la conocemos, ya nos detenemos en los pasajes más queridos, y acaso descubrimos otros nuevos. Es la perfección de la lectura, ya total, pasada por completo por el alma y por la vista. Y después no hay sino dejarla ya, que se pose en la memoria, que grabe allí lo que más hondamente impresionó, que se incorpore a nuestra vida: ya la hemos hecho nuestra. ¡Delicadísimo, esto de leer una carta!"


"¡Qué suerte tengo en quererte, a ti, entre todas! Amor misterio, sí, como tú dices, amor prodigio como yo me repito a diario. No puedo creer que nuestro primer encuentro, nuestro primer cruce de miradas fue en un aula de la Residencia, una tarde de agosto, no. Eso son apariencias, no más. Veníamos de mucho antes. Yo me entregué a ti, desde muy pronto. Te quise sin reserva, por una orden interna que me mandaba fiarme de ti, darte mi confianza total. ¿Es eso lógico, prudente, sensato? No, ¡era amor!. No se me pasó por la cabeza ni un momento la idea de una aventura, de un capricho, que me aconsejaran poner cálculo o precaución en nada. Me di, a ti, antes de saber si tú te dabas a mí en algo más que en simpatía o en gusto momentáneo."


"Ayer tuve una sensación más, aguda, vivísima, de mi nuevo estado, del nuevo ser que soy desde agosto. Son estos días los días de difuntos, y acostumbro a ir todos los años a llevar flores al sepulcro de mis padres. Me gusta ir siempre solo. Es como un retorno en memoria a ese mundo de mi niñez ya hundido, a mi ser más remoto en el tiempo. Me siento al sol, un rato, renuncio a la prisa y hasta la prisa parece que renuncia a mí. Y suelto mis pensamientos. Una confidencia, una confesión, en silencio, de todo lo que siento. ¿Confidencia, a quién? No sé. ¿A mis padres, enterrados allí? No creo. Más bien a esa parte de uno mismo enterrada ya también en el tiempo, si no en la tierra. A mi yo de ayer. A ese yo que en los años anteriores iba al cementerio en estos mismos días, y se sentía ya como terminado, como habiendo pasado la parte mayor de la vida y sin embargo con mucho afán de vivir aún. ¡Qué bueno es eso de confrontarse así, de una vez, con el pasado y con la muerte! Es como tomarse la tensión vital, del mismo modo que un doctor te toma la tensión arterial. ¡Tensión vital, es decir, capacidad, flexibilidad de los canales de la vida, de las arterias de la vida, para conducir la fuerza de vivir! ¡Cuántas veces, en estos últimos años, me he sentido, alma mía, bajo de tensión, desconfiado de mi sistema arterial-vital! Inclinado a rendirme, a ceder, a esa terrible cosa de seguir siendo, en vez de ser. Pero ahora, ayer, mi tensión vital (me la tomaba el pasado, el sol, el aire, la soledad, ciñéndome como la pulsera del médico) la sentí más firme, más voluntariosa que nunca. ¡Quiero vivir, y no seguir viviendo! Soy, soy, mi Katherine me confirma que soy. Y mientras ella me quiera seré ese nuevo hombre que ayer daba gracias a la vida, la deseaba totalmente, allí, en ese lugar donde se acaba."


"No tiene ningún valor, Katherine, que un ser sienta a otro cuando lo ve o lo toca o lo oye. Es pura reacción de los sentidos. No se existe, entonces, del todo. Cuando se existe plenamente es cuando un ser siente a otro a miles de kilómetros, sin verle ni oírle, como yo te siento a ti. Y más aún. Cuando se siente a ese otro ser no como color, o voz o forma, ni por recuerdo simple de los sentidos, sino por su esencia total, por encima de todo lo particular. Te siento en mi vida. ¡Estás, eres! ¿Dónde? ¿Cómo? No lo sé. Pero me llena la vida la simple noción de tu existencia. De tu realidad. Nadie más que tú en el mundo sabe que yo llevo dentro de mí un ser feliz, un ser nuevo. Tú eres la causa y el efecto de mi alegría. Por ti, hoy, en medio de mi vida, en ese momento terrible en que uno parece que empieza a echar de menos lo pasado, yo empiezo a echar de menos lo futuro. Envejecer es querer revivir lo ocurrido. Ser joven es querer vivir lo no ocurrido aún. Y yo, que envejecía, lo sentía en mí, hoy ya no envejezco. Hoy quiero vivir lo no sucedido. Vivir, no revivir."


"Katherine, si yo te hubiese invitado a un camino liso, sin quiebras, tú al seguirme no valdrías tanto, no te elevarías tanto como al haber querido aceptar esta marcha por la vida, entre relámpagos, entre destellos y riesgos. Katherine, no es por quererme a mí, no, sino por querer así, por lo que tu alma, toda tú, me pareces tan bella, tan superior. Créeme, alma, si tú me sigues queriendo es que estás penetrada de un sentido de la vida en el que puedes y quieres encontrarte conmigo, es que quieres vivir como pocos, como poquísimos, amar en la cúspide del amar, no por ventaja, por cálculo, por goce material, por comodidad, por simple gusto, no, sino por vivir en el grado máximo del vivir, porque eres de esas naturalezas superiores que no quieren apagarse en la vida sin haber dado antes la llama más alta, aunque así duren menos. Sí, Katherine, no hay que consumirse despacio, como la vela; mejor la vida como yo hago arder, arder por dentro, ser todo ya combustible del más alto fuego. Eso quema, sí, pero peor para los que no quieren acercarse al fuego en la vida. Tú, alma, eres de los otros y el encontrarte, a ti, así como eres, fue un instante crítico, decisivo de mi destino. Todo se echó a suertes en aquel momento. Gané. Ojalá no me huya nunca de las manos este tesoro."


"En Madrid, otra vez. ¡Qué buen viaje el último! ¿Sabes? Esos días de viaje son ya los únicos que me quedan de descanso. Nadie viene a importunarme, no hay teléfono que me moleste, siento aire fresco en la cara, veo el mundo correr a mi lado. Todo está en suspenso. Todo está entre. Te puedo escribir sin que me espere nada. Dejo vagar la imaginación hacia ti. Hice una cosa que no recibirás, pero que fue. Me acordé de la playa, de cuando escribía tu nombre y empecé sobre el vidrio empañado de la ventanilla del departamento a escribir tu nombre, como en una playa en invierno. Lo hice semiinconscientemente, pero no puedes figurarte el turbión de recuerdos que eso me provocó. Yo de niño he sido un niño triste, delicaducho, pálido. Muy encerrado en casa. El balcón era mi escape al mundo. Por él miraba la vida. Pero a ratos, cansado de mirar la vida, echaba el aliento sobre el cristal del balcón, y en la superficie empañada escribía con el dedo otra vida, letras, signos, muñecos, mi otra vida de niño. Ésas fueron mis primeras poesías, mis versos inconscientes y sin palabras. También allí, en el tren, estaba escribiendo otra vida. Tu nombre no quedaba en el cristal. Lo escribía en la noche, en el cielo, en el mundo. Un dedo movido por un impulso de niño escribía sobre el mundo, quería grabar en su tersa lámina nocturna el nombre de la más amada, para que no se borrara nunca. ¡Y ni siquiera llegaba a estar escrito! Katherine, juego de niño, amor de hombre, cómo se me juntaban ayer en el corazón. Y llegué a Madrid, procedente no de Santander, sino de ti. Y llegué a tus cartas. Sé que el pasado es pasado, que a ti te pertenecen el presente y el futuro."

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