lunes, 17 de diciembre de 2007

EL MONÓLOGO INTERIOR

(Sofía entra en el vestíbulo del hospital con evidente nerviosismo. Busca con la mirada el mostrador de información y se dirige hacia allí con paso decidido. Sin embargo, poco antes de llegar, se detiene de repente.)
Pero, ¿qué hago yo aquí? ¡No debería haber venido...! ¿Y si me encuentro arriba con la familia? No me apetece lo más mínimo ver a sus hermanas, y mucho menos a su madre. ¿Acaso no fuisteis novios durante tres años? Y medio, tres años y medio, pero y qué. El tiempo no cuenta, y menos si pertenece al pasado. Yo ya no soy su pareja. Quizá ella esté también arriba. O puede que no, que no haya nadie, que esté solo y se alegre de verme y me diga que me echa de menos, que fue un tonto al dejarme escapar, que aún siente algo por mí, que volvamos a intentarlo… ¿Y si no puede hablar? ¿Y si está conectado a los tubos, en coma, sin poder ver ni escuchar lo que pasa a su alrededor, alimentado artificialmente por una sonda? Dábale arroz… …Dábale arroz el abad… …¿Cómo era? Tenía truco… El abad… Como en aquella película de monjes, que morían al leer un libro… Pero, ¿por qué? ¿Subo o no subo? Voy a subir, qué demonios. Que sea lo que Dios quiera. Además, yo también me alegraría de verlo, y le diría que también lo echo de menos, que no debí marcharme sola, que aún siento algo por él, que me encantaría volver a intentarlo... Al fin y al cabo, hubo un tiempo en que fuimos muy felices. Cuando él todavía me sorprendía con un pequeño detalle cada día y lo primero que veían mis ojos al despertar eran los suyos, mirándome fijamente…¡A saber con qué zorrón estará ahora…! Zorra…Dábale a la zorra…¡Dábale arroz el abad a la zorra! (Sofía la pronuncia en voz alta, casi gritando, en actitud triunfante. Entonces se da cuenta de dónde está y se disculpa ante las miradas desaprobadoras de las enfermeras y de los visitantes que esperan en la sala de visita. Se sienta abochornada.) …¡Ah, sí! ¡Morían porque el libro que leían estaba envenenado. Trataba de la risa y estaba prohibida en todo el monasterio!... ¡Como aquí! (Sonríe.) Voy a subir, sí. (Se levanta resueltamente y se dirige al mostrador. Se coloca en la cola de gente que espera su turno.) “Se me olvida tu risa… Se me olvida…y me parece que ya no soy yo…que me falta algo muy dentro.” (Sofía se sobresalta al oír la voz de la recepcionista, que le da las buenas noches y le pregunta qué desea. Sofía no atina a responder. Se queda un instante en blanco.) Eehh… (vacila.) ¿A qué venía yo aquí? La zorra, el abad… Sí. La zorra estará arriba, pero no con un santo precisamente… Ni hablar, no subo…Perdone. Ya pasaré más tarde… (contesta a la recepcionista, que tiene cara de estar a punto de perder la paciencia.) (Sofía se da media vuelta y se dirige a la salida. En un rincón, un vendedor de la ONCE ofrece sus cupones con voz cantarina.) …El asesino era el ciego. …“Se me olvidan tus ojos. / ¡Dios, qué oscuridad cuando olvido tus ojos…!”…¿Estás tonta o qué te pasa…? ¿Ya no recuerdas los buenos momentos? ¿Vas a echar por la borda una oportunidad de reconciliación por miedo a que tenga pareja y esté arriba? ¿Acaso no puedes preocuparte por él como lo haría cualquier amiga?… Aquella tarde en el parque fue muy especial. Llovía y el suelo estaba lleno de barro. Paseábamos abrazados y, a cada instante, él me levantaba en volandas para que no pisara un charco… No se hable más. Subo. Saldré fuera y llamaré por teléfono a la central. Preguntaré el número de su habitación y, de paso, si está acompañado. (Sofía empuja la puerta rotatoria. En ese instante entra una señora mayor, acompañada de una chica muy mona. Charlan animosamente. Sofía da las buenas noches al cruzarse con ellas y éstas responden a su vez, cortésmente. Sale y se queda dubitativa un segundo, se gira y reconoce a su exsuegra, que se ha girado también y la está mirando.)

No hay comentarios: