lunes, 17 de diciembre de 2007

LA ESCENOGRAFÍA

Se apagan las luces del teatro y se abre el telón. La escena permanece a oscuras. Sólo se escucha el tic-tac de un reloj de pared, en un volumen algo más alto de lo que sería habitual, pero tampoco demasiado. Se oye insistentemente por espacio de un minuto y después remite, volviendo al volumen que sería normal. Sólo entonces empieza a oírse una especie de susurro que seguirá escuchándose a lo largo de toda la escena. Al cabo de un minuto, se enciende un foco de luz violeta que, tenuemente, enfoca hacia el extremo izquierdo del escenario. Allí se aprecia una cómoda antigua sobre la cual descansa un marco de foto. El foco se apaga y vuelve a encenderse al momento enfocando algo más atrás de la cómoda, donde se distingue ahora una cama individual, con barrotes de hierro, deshecha. El cabecero se apoya en el fondo del escenario, de cara al espectador. A su lado se vislumbra una mesita pequeña, de madera, bastante maltratada por el tiempo.
[El foco debe iluminar cada elemento a modo de fogonazos, deteniéndose en cada elemento unos segundos, los justos para grabar esa imagen en la retina del espectador.]
Seguidamente enfoca hacia la parte derecha del escenario, al fondo, donde se aprecia un armario con una de sus puertas ligeramente descolgada. Se apaga de nuevo y, al encenderse, muestra la parte derecha delantera del escenario. En ella se distingue un espejo adosado, con algo escrito en el vidrio. El foco se apaga y el escenario permanece ahora a oscuras por espacio de diez segundos, tiempo durante el cual el espectador oirá, con mayor nitidez, los susurros, que no han cesado en ningún momento. Al cabo de esos diez segundos, que al espectador deberían hacérsele eternos, si hemos conseguido realmente crear el ambiente de opresión que deseábamos, el foco se enciende de nuevo y queda fijado en el centro del escenario, donde descubrimos a un adolescente, sentado en el suelo, de espaldas al público, meciéndose y acunando entre sus brazos un bulto, al que susurra entre risitas apagadas. Entonces se oirá, fuera del escenario, al final de la sala, una voz femenina que grita: ¡Javier! En ese preciso instante, el foco de luz violeta se apaga definitivamente dando paso a la iluminación general en todo el escenario; el chico se levanta, sobresaltado, con el bulto en las manos, sin saber muy bien qué hacer ni dónde meterse. Sigue de espaldas al público. De nuevo se oye la llamada, ahora más insistente: ¡¡Javier!!
Corre hacia la cama, deja el bulto y lo tapa con las sábanas, apresuradamente. Se sitúa en el centro del escenario, ya de cara al público, y, mirando hacia el fondo de la sala, por encima de los espectadores, contesta: ¿Quéee? De nuevo, se oye la voz, al fondo de la sala: ¿Has visto la muñeca de tu hermana? No la encuentra… Javier sonríe de forma enigmática, mira hacia su cama un instante, donde debe apreciarse perfectamente el bulto, y contesta con gesto irónico: ¡¡Nooo!!

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