No necesitas alas para llegarme.
Me llegas desde lejos.
No necesitas un cabello
que deslumbre al sol naciente,
no,
que el tuyo tentación de la noche es.
En tu boca,
volcán incandescente
que abrasa cuando besa,
he de fundirme sin reserva,
dejándome beber.
No necesitas sonrisa amurallada
de marfil perfecto, no.
No te hace falta.
Que me gana tu mirada de gacela,
salvaje,
pero tierna.
No necesitas flechas, no.
Que ya mi voluntad
quedó presa del mar que,
en tus ojos,
un instante,
rebosó.
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