–Cierra los ojos y abre la boca –me susurra.
Desconfío. Sé que le gusta jugar y dudo un momento, sopesando la posibilidad de tener que lamentarlo. Sonrío, aprieto los labios y niego con la cabeza, como un niño travieso.
–Venga... –me insiste–. Si no pasa nada...
Cuando me mira con esos ojos de hechicera estoy en su poder, así que consiento. Cierro los ojos y me concentro en recordar la última imagen que me llevo de ella, esa sonrisa entre pícara y sensual que me transporta del cielo al infierno en apenas unos segundos. Sé que se acerca a mí. Es curioso cómo se acentúa el sentido del oído en cuanto dejamos de utilizar el de la vista. Noto su respiración muy cerca. Casi un jadeo. Intuyo que aproxima su boca y entreabro los labios, esperando los suyos... Entonces algo inesperado roza mi boca, algo de relieve granulado, pero de tacto suave. Me tenso por la sorpresa. Sé que no son sus labios. Conozco bien su textura y su sabor. Éste es dulce y a la vez algo ácido, silvestre, un sabor que se acentúa cuando ella introduce ese pequeño elemento perturbador en mi boca, ahora sí, ayudándose suavemente con su lengua. Ahora sé a qué juega. Me relajo. Me gusta. Me abandono a una explosión de sensaciones. Olores, sabores, tacto... todos mis sentidos funcionando a la vez, en plena ebullición. No quiero ceder a la tentación de masticar lo que empiezo a intuir que es, no quiero que el juego acabe todavía. Dulzones y calientes aromas se desprenden de esta pequeña fruta, que se diluye poco a poco, igual que el beso... Abro lentamente los ojos para mirarla. Me sonríe, está bellísima, y no puedo evitar buscar de nuevo sus labios, teñidos de un suave lila azulado, y borrar de ellos, con un beso, el sutil rastro de la mora.
Desconfío. Sé que le gusta jugar y dudo un momento, sopesando la posibilidad de tener que lamentarlo. Sonrío, aprieto los labios y niego con la cabeza, como un niño travieso.
–Venga... –me insiste–. Si no pasa nada...
Cuando me mira con esos ojos de hechicera estoy en su poder, así que consiento. Cierro los ojos y me concentro en recordar la última imagen que me llevo de ella, esa sonrisa entre pícara y sensual que me transporta del cielo al infierno en apenas unos segundos. Sé que se acerca a mí. Es curioso cómo se acentúa el sentido del oído en cuanto dejamos de utilizar el de la vista. Noto su respiración muy cerca. Casi un jadeo. Intuyo que aproxima su boca y entreabro los labios, esperando los suyos... Entonces algo inesperado roza mi boca, algo de relieve granulado, pero de tacto suave. Me tenso por la sorpresa. Sé que no son sus labios. Conozco bien su textura y su sabor. Éste es dulce y a la vez algo ácido, silvestre, un sabor que se acentúa cuando ella introduce ese pequeño elemento perturbador en mi boca, ahora sí, ayudándose suavemente con su lengua. Ahora sé a qué juega. Me relajo. Me gusta. Me abandono a una explosión de sensaciones. Olores, sabores, tacto... todos mis sentidos funcionando a la vez, en plena ebullición. No quiero ceder a la tentación de masticar lo que empiezo a intuir que es, no quiero que el juego acabe todavía. Dulzones y calientes aromas se desprenden de esta pequeña fruta, que se diluye poco a poco, igual que el beso... Abro lentamente los ojos para mirarla. Me sonríe, está bellísima, y no puedo evitar buscar de nuevo sus labios, teñidos de un suave lila azulado, y borrar de ellos, con un beso, el sutil rastro de la mora.
6 comentarios:
Divertido y original =:-)
Jeje, ¡y yo que pensaba que era erótico! Gracias, Sergi.
Un abrazo escarlata
Ester:
Llego aquí a través de El laberinto, lo que me alegra, ya que la blogosfera puede ser un excelente punto de encuentro.
Me gusta lo que escribes y espero pasar muchas veces por tu casa.
Un abrazo.
Bienvenido a esta pequeña isla, Felipe. Estaré encantada de contar con tu compañía. Curioso que nos hayamos encontrado de laberinto en laberinto... ;)
MMMM...con la mora...
Apetecible, ¿verdad? ;)
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