martes, 22 de septiembre de 2009

El regalo de cumpleaños


Inauguro esta nueva sección de cuentos con éste que escribí en el 2003 como regalo de cumpleaños para una amiga. Hoy es su cumpleaños y, pese a que nuestra amistad se fue diluyendo con el tiempo, mi memoria y mi cariño siguen intactos; por eso, hoy quiero tener un recuerdo especial para ella y regalarle, seis años después, el mismo cuento. ¡Feliz cumpleaños!



Había una vez una niña que llegó, nadie sabe muy bien cómo, al País de Todoesposible. No, no se llamaba Alicia, se llamaba, y se llama, Silvia.

Aunque era algo traviesa, todos la querían mucho. Por eso, un día muy especial, el día de su cumpleaños, todos los sueños, las esperanzas y los buenos deseos, que son los habitantes del País de Todoesposible, decidieron darle una sorpresa.

Para ello, convocaron una reunión, a la que asistieron todos, y discutieron largo rato sobre cuál podría ser el regalo más apropiado para su amiga.

Cada uno daba su opinión: los sueños querían regalarle una cajita de guiños con que alegrarle día tras día; las esperanzas, un ramo de tiernas sonrisas para prender de la solapa de su corazón; y los buenos deseos, que son muy golosos, preferían regalarle un gran pastel de chocolate, relleno de fantasía, que hace que quien lo pruebe vea la vida de otro color.

Como todos creían que su propuesta era la mejor, nadie quería dar su brazo a torcer, así que pasaban las horas y no conseguían ponerse de acuerdo; tenían montado tal bullicio que aquello parecía una jaula de grillos. Lo único en lo que coincidían todos era en que, fuera lo que fuera, debía ser un regalo muy, muy especial, como ella…

Entonces, de entre tanto alboroto, surgió una vocecita. Era la de un pequeño sueño, algo tímido, que se había atrevido a decir:

–¿Y por qué no le regalamos un cuento?

Al instante, dejaron de discutir y guardaron silencio, pensativos.

–¡Claro! ¡Es una idea fantástica! –exclamó de pronto una esperanza.

Todos aplaudieron entusiasmados. Bueno, todos, todos, no… Los deseos, que no estaban dispuestos a renunciar tan fácilmente a su trozo de pastel, protestaron, pero muy tímidamente, porque en el fondo también a ellos les parecía una buena idea.

–¿Y de dónde sacaremos un cuento? –preguntó un deseo, que seguía sin verlo del todo claro.

–Podríamos pedir ayuda a la Maga… –propuso la mayor de las esperanzas.

Así pues, dieron por concluida la reunión y se pusieron en camino.

La Maga vivía sola en mitad del bosque, alejada del pueblo y de sus habitantes. Tenía fama de rara, y a algunos les daba algo de miedo, pero en el fondo era todo corazón. En cuanto se enteraba de que alguien necesitaba algo, lo que fuese, se ponía manos a la obra. Sacaba su gran caldero y pasaba días enteros mezclando potingues y recetas antiguas hasta dar con la fórmula mágica. Cuando la conseguía, que no era siempre, se colocaba su disfraz de maga invisible y se acercaba al pueblo para dejar su regalo. Llamaba a la puerta del afortunado y se escondía, olvidando, con la emoción del momento, que llevaba puesto su traje mágico y que nadie podía verla. A la Maga le encantaba espiar desde su escondite y observar la cara de felicidad de quien recibía el regalo. Luego, de vuelta a casa, iba tan contenta que de sus ojos brotaban cientos de burbujitas de colores que le hacían cosquillas en la nariz; entonces no podía parar de reír, y hasta los animalillos del bosque salían de sus madrigueras para contemplar el espectáculo y la acompañaban un trecho del camino entre brincos y cabriolas.

Cuando reía no parecía tan rara, aunque su cara fuera una fábrica de burbujas; pero, claro, nadie la había visto reír nunca.

Aunque la Maga no lo intuía siquiera, en el pueblo todos sospechaban que los regalos eran cosa suya, pues, aunque jamás la pillaron in fraganti (gracias a su traje), los montones de burbujas de colores que cubrían el cielo de vez en cuando y las sonoras carcajadas que provenían del bosque les daban que pensar…

Cuando el grupo llegó, la Maga, que ya sabía que venían (por algo era maga), les estaba esperando fuera.

–Hola, Maga. Venimos a pedirte un favor –dijo la esperanza mayor, al frente de la comitiva.

–Lo sé, lo sé… –respondió la Maga–. Pero no puedo ayudaros.

–¿¡Cómoooo!? –exclamaron todos a la vez, desanimados.

–Pero, pero… –balbuceaba el pequeño sueño, a punto de echarse a llorar–. Necesitamos un cuento para Silvia. ¡Es nuestro regalo de cumpleaños!

–Tranquilizaos… –prosiguió la Maga–. Dejadme que os lo explique. No necesitáis de mi magia para conseguir un cuento porque ya lo habéis creado vosotros mismos. Cada uno ha contribuido a su manera, incluso yo. Así que no os preocupéis. Lo que sí puedo hacer es encargarme de que lo reciba a tiempo. Os prometo que hoy mismo le haré llegar vuestro regalo de cumpleaños.

Todos se pusieron muy contentos y se abrazaron entre sí, olvidando las discusiones pasadas. Tan alegres estaban que algunos, incluso, se atrevieron a darle un beso en la mejilla a la Maga.

A la pobre esto la pilló tan de sopetón que de sus ojos empezaron a brotar, sin control, burbujitas y más burbujitas. Esta vez, sin embargo, y para su sorpresa, no eran de colores, sino transparentes, y las cosquillas las sentía muy, muy cerca del corazón.

Del País de Todoesposible y de sus habitantes ya no me contaron nada más.

Si la Maga cumplió o no su promesa, tú me lo dirás.

2 comentarios:

Mary dijo...

Lindo cuento amiga! Un abrazo

Esteruca dijo...

Gracias, guapa. :)
Un beso