Inauguro esta nueva sección de cuentos con éste que escribí en el 2003 como regalo de cumpleaños para una amiga. Hoy es su cumpleaños y, pese a que nuestra amistad se fue diluyendo con el tiempo, mi memoria y mi cariño siguen intactos; por eso, hoy quiero tener un recuerdo especial para ella y regalarle, seis años después, el mismo cuento. ¡Feliz cumpleaños!
Había una vez una niña que llegó, nadie sabe muy bien cómo, al País de Todoesposible. No, no se llamaba Alicia, se llamaba, y se llama, Silvia.
Aunque era algo traviesa, todos la querían mucho. Por eso, un día muy especial, el día de su cumpleaños, todos los sueños, las esperanzas y los buenos deseos, que son los habitantes del País de Todoesposible, decidieron darle una sorpresa.
Para ello, convocaron una reunión, a la que asistieron todos, y discutieron largo rato sobre cuál podría ser el regalo más apropiado para su amiga.
Cada uno daba su opinión: los sueños querían regalarle una cajita de guiños con que alegrarle día tras día; las esperanzas, un ramo de tiernas sonrisas para prender de la solapa de su corazón; y los buenos deseos, que son muy golosos, preferían regalarle un gran pastel de chocolate, relleno de fantasía, que hace que quien lo pruebe vea la vida de otro color.
Como todos creían que su propuesta era la mejor, nadie quería dar su brazo a torcer, así que pasaban las horas y no conseguían ponerse de acuerdo; tenían montado tal bullicio que aquello parecía una jaula de grillos. Lo único en lo que coincidían todos era en que, fuera lo que fuera, debía ser un regalo muy, muy especial, como ella…
Entonces, de entre tanto alboroto, surgió una vocecita. Era la de un pequeño sueño, algo tímido, que se había atrevido a decir:
–¿Y por qué no le regalamos un cuento?
Al instante, dejaron de discutir y guardaron silencio, pensativos.
–¡Claro! ¡Es una idea fantástica! –exclamó de pronto una esperanza.
Todos aplaudieron entusiasmados. Bueno, todos, todos, no… Los deseos, que no estaban dispuestos a renunciar tan fácilmente a su trozo de pastel, protestaron, pero muy tímidamente, porque en el fondo también a ellos les parecía una buena idea.
–¿Y de dónde sacaremos un cuento? –preguntó un deseo, que seguía sin verlo del todo claro.
–Podríamos pedir ayuda a
Así pues, dieron por concluida la reunión y se pusieron en camino.
Cuando reía no parecía tan rara, aunque su cara fuera una fábrica de burbujas; pero, claro, nadie la había visto reír nunca.
Aunque
Cuando el grupo llegó,
–Hola, Maga. Venimos a pedirte un favor –dijo la esperanza mayor, al frente de la comitiva.
–Lo sé, lo sé… –respondió
–¿¡Cómoooo!? –exclamaron todos a la vez, desanimados.
–Pero, pero… –balbuceaba el pequeño sueño, a punto de echarse a llorar–. Necesitamos un cuento para Silvia. ¡Es nuestro regalo de cumpleaños!
–Tranquilizaos… –prosiguió
Todos se pusieron muy contentos y se abrazaron entre sí, olvidando las discusiones pasadas. Tan alegres estaban que algunos, incluso, se atrevieron a darle un beso en la mejilla a
A la pobre esto la pilló tan de sopetón que de sus ojos empezaron a brotar, sin control, burbujitas y más burbujitas. Esta vez, sin embargo, y para su sorpresa, no eran de colores, sino transparentes, y las cosquillas las sentía muy, muy cerca del corazón.
Del País de Todoesposible y de sus habitantes ya no me contaron nada más.
Si
2 comentarios:
Lindo cuento amiga! Un abrazo
Gracias, guapa. :)
Un beso
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